¿El espectáculo debe continuar?

¿El espectáculo debe continuar?

Este famoso dicho, ha sido utilizado durante siglos como mantra en el mundo artístico, recordándonos que, ante la adversidad, debemos seguir adelante y mostrar nuestra mejor versión.

Pero esta idea, que en principio parece noble y resiliente, ¿a qué costo personal se sostiene? Este mandato de ocultar las propias emociones bajo una fachada, ha permeado en la vida cotidiana y laboral.

Pero ¿realmente vale la pena continuar el espectáculo, o estamos pagando un precio demasiado alto por desconectarnos de nuestra vulnerabilidad?

A veces, la idea de “ponerse la máscara” es vista como un mecanismo de supervivencia: muchas personas relatan cómo ocultar sus verdaderos sentimientos les ha ayudado a superar momentos difíciles, porque les ha permitido seguir funcionando.

Sin embargo, este “truco” no es tan inofensivo como parece. La repetición constante de este patrón termina desconectando a la persona de sus emociones reales.

Cuando la tristeza solo se permite en soledad, se crea una escisión: hay una persona para la vida pública y laboral otra para los momentos privados.

Los sentimientos reprimidos buscan otras formas de salir a la superficie, y cuando lo hacen, no siempre son amables. A veces toman la forma de ansiedad o crisis existenciales que, finalmente, pueden terminar afectando la capacidad para seguir adelante.

En la era de Instagram y otras redes sociales, las dificultades, los momentos de tristeza o inseguridad, se quedan ocultos, fuera del encuadre.

La gran pregunta, entonces, es: ¿realmente vale la pena mostrar siempre nuestra mejor versión, a costa de ignorar nuestras emociones? La respuesta no es sencilla. Pero es crucial recordar que la autenticidad es importante. Esto no significa que tengamos que exponer nuestras vulnerabilidades ante todo el mundo, pero sí que reconozcamos que no siempre es necesario mantener la fachada.

A veces, la verdadera fortaleza radica en aceptar que también necesitamos parar, sentir y tener honestidad con quienes realmente somos. Porque, al final, el verdadero arte de vivir no reside en ocultar nuestras emociones, sino en abrazarlas como parte de nuestra esencia.